Nada permite calificar mejor a un hombre que la trayectoria que ha desarrollado en la vida. Precisamente cuando esta se acaba, ya no cabe especular las razones por las que hizo esta u otra cosa. Es el momento del balance final, y ya no caben interpretaciones.
En este momento puedo afirmar sin riesgo a equivocarme, que Isidoro Alvarez fue un buen español, y que su trayectoria lo confirma inequívocamente. Fue un buen trabajador, fue un buen directivo, cuidó la imagen de su empresa y a la vez de su país; dio empleo e ilusión a miles de familias españolas; generó un clima de confianza en la honestidad de las empresas españolas tanto a nivel interno como internacional; fue un hombre discreto y alejado del escándalo. Además, y no menos importante, era buena persona, siendo su fuerte carácter el mejor síntoma de tratarse de un hombre de convicciones firmes y valores integrados.
En el tiempo que le he tratado siempre encontré un hombre de gran visión de futuro, que entendió la necesaria complicidad que debíamos tener el pequeño comercio y la gran distribución para mejorar en común y para beneficiar al consumidor.
Recientemente hemos trabajado de la mano con su empresa y su equipo tratando de elevar el turismo de calidad en nuestra ciudad, y su respaldo y convicción en esta materia ha determinado el inicio de nuevos enfoques e impulsos a una ciudad equivocadamente autocomplacida.
Su iniciativa e inconformismo eran los dos grandes argumentos para superarse permanentemente y a la vez para mejor a su entorno. Lo hemos visto en muchas ocasiones ejercer las labores de embajador español por el mundo. En aquellos lugares donde no estaban los políticos, donde no había representantes españoles, donde no había ni siquiera empresas, Isidoro al frente de la suya ejerció esa labor supletoria y rellenó eso espacio tantas veces ocupado por la desidia.
Creo que la perdida de Isidoro es una pérdida irreparable para todos los españoles, y todos debemos tener la generosidad de reconocerle y de agradecerle su labor. Los que pudieron mejorar su calidad de vida gracias a su empuje e iniciativa; los que aprendimos de sus orientaciones y de su competencia; los que apreciamos su decencia empresarial, nunca empañada con conductas vergonzantes; incluso los que fueron capaces desde su mediocridad de tratar de imitar sus iniciativas.
Isidoro Alvarez sólo ejerció formalmente de empresario, pero sin duda, su labor trascendió de la meramente empresarial en su faceta de político silencioso, de embajador sin embajada, de agente social sin diploma.
Todos estos títulos se le deberían reconocer. Al menos yo, se los reconozco y se los agradezco. Y especialmente, en estos convulsos momentos, el haber sido un buen español.
Sólo le puedo recriminar, aunque le comprenda, no haber abanderado el futuro de la empresa y de los empresarios españoles.
Texto del Artículo de Hilario Alfaro, Presidente de la Confederación de Comercio de Madrid (COCEM), publicado en los Diarios El Economista y La Vanguardia (Lunes 15 de Septiembre de 2004), con el título «Isidoro Álvarez: Un Buen Español».